La palabra globalización debería incluir en su definición algo más que los avances tecnológicos en constante expansión, tanto en comunicaciones como en transporte. En cambio, se trata de reducir los obstáculos en el comercio internacional y en las inversiones, aumentar las cadenas de suministro a nivel mundial y mejorar la coordinación  macroeconómica entre los principales actores económicos del mundo, específicamente entre los países miembros que conforman el G20. A estos se les considera los mayores beneficios de la globalización, los cuales responden a la interrogante: ¿Qué es la globalización?

Otras ventajas de la globalización podemos encontrarlas en las formas comunes y compartidas a la hora de experimentar el mundo, las cuales ayudan a la interdependencia e interconexión (que son la base de las ganancias en la productividad a escala mundial y la expansión sostenida de la economía mundial)

Todos estos ejemplos de globalización parecen haber estado en la cuerda floja durante los últimos 7 años, particularmente la globalización de los valores. La noción de una brújula normativa, descubierta en la década de los noventas, en la que se creía que una economía de mercado y una democracia representativa como sistema de gobierno eran los mejores parámetros para la organización de las sociedades alrededor del mundo. Esto  ayudó tanto a la creación de riqueza como al surgimiento de naciones en desarrollo.

El concepto de “mercados emergentes” surgió hace tiempo, como un impulso para el futuro del mundo, así como una señal de que el impacto de la globalización había sido exitoso. Tanto la demografía como la escala territorial, los bajos costos de producción y el fácil acceso a los productos básicos eran indicio de un cambio inminente en el eje geoeconómico. Los países que conforman el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) se convirtieron en los “motores de crecimiento” del mundo. Fue el crecimiento impulsado por las exportaciones en China, la “economía de transición” en el mercado ruso, el outsourcing e innovaciones tecnológicas en la India, así como la “sustitución de importaciones 2.0” en Brasil los que mantuvieron el auge en estas economías, a la vez que aplacaban las tensiones sociales.

Estas economías se adaptaron exitosamente a la “profunda globalización”, que tuvo su mayor auge al final de la Guerra fría. Esta “Híper-Globalización” fue guiada por los valores de la economía de Mercado y la democracia representativa, la importancia de los Estados Unidos, el ascenso de Asia (encabezado por Japón) y la lógica de la integración económica y política regional.

Con la caída de Lehman Brothers en el 2008 y el comienzo de la “gran recesión”, el estado de ánimo cambió, ahora se corría el “riesgo de una desglobalización”, (de la cual el Brexit y el “América primero” de Trump son claros ejemplos) donde tanto los países como las empresas reestructuraron sus estrategias en acciones proteccionistas e individualistas, reaccionando a las posibles desventajas de la globalización.

En este “modo de desglobalización” nos enfrentamos a conflictos y tensiones “multiplataforma” (terrorismo viral, críticas generalizadas de occidente y su orden político y económico liberal, ciber-vandalismo) En lugar de un “Final de la historia”, observamos cómo surgen “multi-historias”. En tal contexto, encontramos a Estados Unidos con serias dudas en cuanto a su papel en el ámbito global y con los responsables políticos sopesando las ventajas y desventajas de la globalización. Como consecuencia, los Estados Unidos parecen estar más inclinados a centrarse en sus asuntos internos y más reticentes a desempeñar el papel de la fuerza global líder en lo que respecta a democracia y mercados libres.

Geoeconómicamente, basándonos en nuestra definición geográfica de globalización, seguimos viendo el ascenso de Asia, inequívocamente liderada por China. Pero también estamos presenciando un avance más pausado y menos profundo en la integración regional y en el renacimiento del estado-nación como el actor principal de los asuntos económicos mundiales. En este contexto, las relaciones internacionales (entendidas como relaciones que involucran a los estados-nación) han resurgido de forma poderosa. Este no es necesariamente un mundo en el que el nacionalismo se haya renovado, más bien es una coyuntura global en la que los estados- nación son más egoístas, más individualistas y actúan de acuerdo a una postura más enfocada al “cada nación por sí misma”.


La Re-globalización será algo más “superficial” que el orden mundial idealizado  de “Final de la historia”  que podríamos haber experimentado en algún momento desde la Guerra Fría. Estará más enfocado en el comercio, la inversión y el fortalecimiento de las redes de producción globales.


Cuando los conductores pro-convergencia hicieron que la “profunda globalización” cambiara de rumbo, el síndrome de luna de miel en los mercados emergentes terminó. Sus economías iban más lento. Todo esto hizo mella en las perspectivas de la dirección de los flujos de capital internacionales. Sin embargo, este supuesto “fin del tema” con los mercados emergentes ha llevado a muchos a precipitarse en sacar conclusiones superficiales: basta de hablar de convergencia o de desvinculación. Pareciera como si la desglobalización y una vuelta a la vieja economía “Norte-sur” estuviera de vuelta.

En realidad, el desempeño en los próximos años será juzgado menos por aquello que hoy etiquetamos como economías “avanzadas” o “emergentes” y más por la capacidad que tiene un país de adaptarse de manera competitiva a una “re-globalización” que ya se está gestando.

La Re-globalización, en la nueva era en los asuntos mundiales en los que nos estamos metiendo, no promueve la verticalización de la dinámica fronteriza en la integración económica, política y jurídica regional. Las entidades regionales no prevalecerán por encima de las naciones como los principales actores de los asuntos globales. No provocarán una comunión de gran alcance en las distintas visiones mundiales. No entrará en el marco de un nuevo pacto mundial pensado en las Naciones Unidas o en la Organización Mundial del Comercio.

La Re-globalización será algo más “superficial” que el orden mundial idealizado  de “Final de la historia”  que podríamos haber experimentado en algún momento desde la Guerra Fría. Estará más enfocado en el comercio, la inversión y el fortalecimiento de las redes de producción globales. También será más selectiva y, por lo tanto, emergerá como resultado de la proliferación de múltiples acuerdos de libre comercio a nivel bilateral y entre algunas de las regiones económicas más poderosas en una era post-Trump.

La Desglobalización perjudicará a todos, especialmente a países como Estados Unidos, que han utilizado la huella global de sus corporaciones multinacionales como una ventaja competitiva. Por eso, la desglobalización debe ser efímera. La re-globalización ganará fuerza cuando se reanuden las negociaciones en las que está involucrados Estados Unidos y Europa, tales como la denominada asociación transatlántica de comercio e inversión. Una dinámica similar deberá de ser observada en un proceso que involucre a los Estados Unidos y otros países limítrofes con el Pacífico en las Américas, Asia y Oceanía.

El éxito o fracaso de China en convertirse a sí misma en una economía orientada al consumo, que produzca altos niveles de valor agregado, será fundamental para que la Re-globalización tome forma propia. Habrá poco espacio para el tipo de “neomercantilismo” asiático practicado en China desde que Deng Xiaoping estipulara que: “el color del gato no importa, siempre y cuando atrape al ratón”.
La re-globalización ofrecerá una plataforma menos privilegiada para los proyectos de cooperación regional, forjados a partir de la predilección ideológica en países como Venezuela.

De esta forma, aquellos mercados que alguna vez llamamos “mercados emergentes” podrían estancarse. Lo mismo podría suceder también con las “economías avanzadas” que hacen a un lado el trabajo duro y la constante reinvención, y equivocadamente se enfocan en un bienestar social mal presupuestado. Serán menores las oportunidades  para aquellos países que, habiéndose integrado a bloques comerciales o comunidades políticas y regionales, coqueteen con la irresponsabilidad fiscal y la concesión del trabajo insostenible y los beneficios de la seguridad social sin las ganancias de productividad que apoyen sus economías.


La Re-globalización pertenecerá a aquellos países que se adapten al inicio de la Cuarta Revolución Industrial, y no a los que se ocultan tras las murallas del proteccionismo.


No importa si un país es llamado “desarrollado” y otro es llamado “emergente” en algún momento determinado, ya que sólo se verán beneficiados si dejan ir la certeza de que su “estatus avanzado” o su “ascenso” son inevitables. En la carrera de la competitividad y el desarrollo, nada ni automático ni duradero.

La Re-globalización pertenecerá a aquellos países que se adapten al inicio de una Cuarta Revolución Industrial, es decir a aquellos que entiendan los pros y los contras de la globalización y no a aquellos que se escondan detrás de las paredes del proteccionismo. Los que quieran triunfar deben crear ecosistemas favorables a las empresas, normas de mercado bien establecidas y transparentes y conexiones constantes con las redes económicas transnacionales. Esos países, independientemente de su pasado (sin importar su antigua geografía económica norte-sur) serán los verdaderos mercados emergentes en los años por venir.