Fredrik Högström, CIO, RSM Suecia

El último año ha obligado a muchas empresas a pensar de forma diferente en sus productos, servicios y formas de trabajar. Muchos de los cambios nacieron de la necesidad. El paso al trabajo a distancia fue la única forma de mantener la seguridad del personal y la mejora de la infraestructura digital se produjo porque el trabajo a distancia lo requería.

Mientras que en países de todo el mundo las restricciones por la pandemia están empezando a disminuir, muchas empresas están dispuestas a no perder la mentalidad innovadora que han adoptado durante este difícil periodo en los negocios. En muchos sentidos, esta es una oportunidad para que las empresas redefinan lo que significa la innovación para ellas e incorporen una cultura de innovación en su núcleo.

No se trata de reinventar la rueda

Cuando se habla de innovación, la mayoría de la gente se refiere a la disrupción o a los saltos tecnológicos. La gente asume inmediatamente que tiene que ser un avance, algo de vanguardia o algo realmente grande. Eso es lo que pensamos cuando oímos la palabra innovación.

Tanto la invención de la energía de vapor como la creación de internet fueron innovaciones que supusieron un cambio en nuestra forma de vida. Sin embargo, la innovación no siempre tiene que basarse en un avance. En muchos sentidos, la mayor parte de la innovación que se produce en las organizaciones de todo el mundo es mucho más práctica y gradual.

Ambas formas de innovación son importantes, pero cada una requiere una mentalidad muy diferente. Para la innovación incremental, hay que pensar en hacer pequeñas mejoras, de una en una, y lo más importante es que no tienen que ser óptimas el primer día.

En mi trabajo, intento ayudar a la gente a pensar en la innovación como una solución a las cosas de las que se quejan cada año y que nunca parecen cambiar.

¿Hay algún proceso que no le guste a nadie, que lleve tiempo y que haya que hacer? Empecemos por ahí.

Esto nos ocurrió hace poco en nuestra oficina cuando introdujimos un nuevo software y estábamos migrando los datos del sistema antiguo al nuevo. Algunos de los datos no se movían automáticamente y los miembros del equipo tardaban entre 3 y 4 minutos en mover manualmente uno de los 4,000 conjuntos de datos.

Escuché al equipo que gestionaba el proceso hablar de ello en la cocina y pasé la tarde desarrollando una herramienta para automatizar el proceso. La pusimos en marcha durante la noche y, cuando el equipo llegó al día siguiente, el problema del que se habían quejado estaba resuelto. No habían preguntado si había otra solución, ni habían pensado en innovar, pero mostrarles que un enfoque diferente podía añadir un valor real los hizo conversos del tema.

La clave está en encontrar un tema central, un problema solucionable, y establecer objetivos específicos, medibles, alcanzables, realistas y oportunos (Specific Measurable Achievable Realistic and Timely, SMART), que muestren el progreso y definan cómo es el éxito. Esto puede convertirse en un proceso que se puede repetir, probar, aprender y perfeccionar con el tiempo.

Si se aborda la innovación de esta manera, se vuelve menos amenazante y la gente no se sentirá abrumada por un problema aparentemente insuperable. En lugar de ello, pueden empezar a pensar en cómo pueden ir avanzando. Si se puede inspirar a suficientes personas para que piensen de esta manera y fomentar una cultura que acepte el cambio, se empezarán a ver los beneficios.

Hay que aprender a dejarse llevar

Es importante no ser pretencioso con una idea. Si algo no funciona, no hay que forzarlo. Se debe retroceder, preguntar por qué no ha funcionado y aprovechar el fracaso como una oportunidad para aprender. Dar un paso atrás y recordar el problema principal puede ayudar a evitar que las soluciones se vuelvan demasiado complejas.

Adoptar una cultura que acepte el fracaso como parte del proceso creativo puede ser una de las cosas más difíciles de hacer. A nadie le gusta fracasar. Nos enseñan a evitarlo y, en algunas empresas, admitir el fracaso puede limitar la carrera. Por eso, cuando se empieza a crear una cultura de la innovación, hay que asegurarse la aceptación y demostrar los progresos.

Para ello, hay que ser capaz de hacer dos cosas. El primer paso es identificar a las personas de la organización que pueden ser más resistentes al cambio. El objetivo es convertirlos en aliados y en un recurso. Hay que tomarse el tiempo necesario para hablar con ellos, conocer sus ideas, explicar por qué se quiere cambiar un proceso o un producto en concreto y que sepan cuál es el proceso para seguir.

En segundo lugar, hay que promover los éxitos. Sí, el fracaso es una parte importante del proceso, pero tiene que ser una parte de un proceso que dé resultados. Especialmente cuando se trata de adoptar una mentalidad innovadora, hay que elegir las batallas que se pueden ganar. A la larga, será mucho más fácil si puedes mostrar cómo estás cambiando la vida de la gente para bien.

Llegarán los grandes cambios

Al entrar en la siguiente etapa de la pandemia, tenemos una oportunidad. La gente está más abierta al cambio y a desafiar viejas verdades. Para las empresas que buscan integrar ese espíritu en su cultura, nunca ha habido un momento mejor.

Hay que ir paso a paso, no esperar que las ideas que cambian la industria surjan en la primera semana. Se debe empezar poco a poco, definir un proceso, evitar ser pretencioso con las primeras ideas, aceptar el fracaso y estar orgullosos de los éxitos que lleguen. Los pequeños pasos innovadores y graduales pueden conducir eventualmente a un gran cambio.


NOTA ORIGINAL

https://www.rsm.global/korea/en/global-news/take-innovation-step-time